viernes, 10 de junio de 2011

NACIMIENTO


Cecilio, el nombre real de Angustio, nació en un barrio pobre de la periferia granadina. Hasta entonces había estado viviendo de aquí para allá, sin parar ni un momento, allí dónde su madre lo llevara.
Fue un embarazo muy complicado y su madre, cuando nació, se quitó un peso de encima, más concretamente 2,4 kilos más el peso del líquido amniótico-cosmótico (ese que es como el formol pero que está dentro de la barriga de la madre).
Cuándo salió del vientre materno, Cecilio, sin poder siquiera abrazar a su madre, fue automáticamente detenido por la policía, saliendo esposado, o más bien “esposadito” del hospital, directo a prisión. Este hecho fue una gran sorpresa para la recién parida, aunque no tanto para él pues sabía que la policía le seguía la pista desde hacía varios años.

Cecilio, antes de llegar al vientre de su madre, había estado envuelto en distintas actividades delictivas como por ejemplo en algunos asuntos de apuestas ilegales. Se le acusaba de dejar una tropa de caballería apostada en doble fila en medio de Gran Vía esquina con Cárcel Baja.

El día que fueron a detenerlo, Cecilio estaba descansando plácidamente en la bolsa testicular de su padre biológico, pero no pudieron cazarlo. Cuando la policía se disponía a entrar reventando la puerta con un ariete, Cecilio, junto con varios millones de compañeros, salió escupido de su guarida. En su desesperado intento de zafarse de la policía, asaltó un óvulo, y huyó a toda velocidad. Cuando llegó al útero, bajó del óvulo y lo abandonó, no sin antes incendiarlo para no dejar huellas. Esto provocó por cierto, ciertos ardores a su madre dejándole un perpetuo resquemor hacia su persona.

Después de esto, alejado de la policía por un tiempo pero llevando la delincuencia en su ADN, y teniendo caducado su DNI, pensó en atracar las arcas del FMI, para lo que se descargó los planos en PDF y tomó fotos que luego pasó a JPG. Dedicó mucho tiempo a trazar aquel plan. Plasmó su ardid en una hoja de papel, para estudiarlo en cualquier momento del día. Lo llevaba siempre con él en un bolsillo. Lo llevó al bar, lo llevó a la peluquería, lo llevó a la playa, lo llevó a misa, pero un día se lo olvidó en casa y no lo llevó a cabo, así que cuando se disponía a ejecutarlo, una de sus compinches, su compincha, la que más tarde sería su madre, decidió que lo mejor era abortar. Así que abortaron y él no nació.

Tras este fallido intento, se alejó por un tiempo del mundo del hampa. Necesitaba descansar. Estuvo viviendo en una zona tranquila, entre el estómago y el hígado, en un coqueto apartamento en la vesícula biliar, que aunque no era tan bonito como el colon transverso o el riñón, al menos era más barato. Pero aunque estaba alejado de ese criadero de mierda y chusma que era el intestino grueso su mente no podía estar quieta ni un segundo y pronto volvió a las andadas.

Poco a poco fue creando un intrincado y lucrativo negocio: el tráfico de órganos. Comenzó desde abajo. Al principio solo suministraba Casios MP-24 color rosa como regalos de cumpleaños pero, al poco tiempo, ya controlaba el tráfico de órganos en comuniones, santos y regalos de hospital.
Pero su ambición le pedía más, de modo que no paró ahí, el negocio se le que quedaba pequeño, y decidió expandirse. Y así lo hizo, cuando llegó, por fin, a un acuerdo de suministro de órganos Hammond a “Gitanos con Cabra Unidos” el gremio que controlaba la interpretación de temas originales a la hora de la siesta. Luego vino la bonanza, cuando llegaron los acuerdos con la Iglesia, Mecano, y con RENFE, Correos y Telégrafos y distintos órganos autónomos.

Mientras tanto la policía había urdido un plan que se había ido gestando lentamente. Un infiltrado de la policía había fecundado a su madre para obligarlo a salir. Nueve meses más tarde, y viendo que no salía por su propia iniciativa su madre decidió dar a luz. Y así sucedió que fue a parar, tras parir, a la cárcel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario