lunes, 1 de agosto de 2011

BOCATA Y FUGA I

Su madre le insisitía mucho en que se ganara la vida de alguna manera, a pesar de tener doce años. Dada su juventud y las malditas y estúpidas leyes contra la explotación infantil, no pudo encontrar trabajos legales con los que aportar dinero a la familia. Es por esto que pesar de su interés por hacer el bien Cecilio no conseguía seguir siempre el camino correcto y aun en posesión de superpoderes que le ayudaran a defender el bien, pronto dio con sus huesos en la cárcel.
Trabajó durante un tiempo en un sótano, cosiendo balones de futbol para una red china de “todo a cien”, pero viendo las excasas posibilidades de ascenso que tenía pronto cambió de trabajo.
Fue entonces cuando comenzó su trabajo con “Sol y Nieve” la famosa empresa de feriantes. Cecilio se dedicaba a aparcar los coches de choque que se habían quedado en medio de la pista. Fue aquí dónde encontró una verdadera vocación. La competencia era dúrisima, pero nadie pudo hacerle sombra pues trabajaban de noche y además era el mejor de todos sus compañeros, aparcaba como nadie, incluso vinieron directivos de Disneyland Paris con la intención de ficharlo, pero él rehusó porque ya estaba fichado por la policía.
Pronto dio el salto y subió un escalón, cuando sus jefes lo pusieron a cargo del parking del descampado donde se situaba la feria. Era el mejor de cuantos gorrillas aparcaban a este lado del Guadalquivir, y su fama crecía como la espuma. Pero todo lo que sube tiene que bajar, y el problema fue que su ego había subido muy deprisa. No estaba contento con encargarse de aparcar coches y tener su propio descampado, sino que quería más, quería llegar más alto, aparcar cosas cada vez mayores y fue así como lo dejó todo para irse a trabajar al puerto de Motril. Allí desarrolló el oficio y se especializó en grandes aparcamientos, ayudando a capitanes de miles de embarcaciones a atracar sus barcos en el puerto, los cuales, unas veces le pagaban en metálico y otra en especias.
Pero un día la mala suerte se cebó con él. Un policía que pasaba por allí vió como Cecilio, portando un bocata de mortadela en una mano, recibía con la otra una sospechosa bolsa en pago por sus servicios. El perspicaz policía, viendo que la bolsa se la había dado un armador se acercó a Cecilio justo cuando se disponía a atracar un barco. Cuando estuvo junto a él, le dio el alto y como Cecilio no pudo cogerlo porque tenía las manos ocupadas, le pidió la documentación y tras abusar de su poder dándole un bocado al bocata, lo resgitró de arriba a abajo, encontrando, efectivamente, que la bolsa estaba completamente llena de navajas, tres quilos recién pescados, para ser más exactos. Fue así como fue detenido nuevamente. “Atraco a mano armada” fue el veredicto final del juez que lo condenó a cuatro años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario